SONETOS EN DIALOGO SOBRE PALMERAS












DOS SONETOS EN DIALOGO SOBRE LAS PALMERAS

(Con una nota interpretativa al final)

I. La cruz de Mondrian
Gráciles, gentiles, al mar erguís
palmeras que en su línea se elevaban,
al horizonte inmenso se enfrentaban,
y en cruz sagrada al mundo resistís.
Mondrian os soñaría, pues tejéis
rectas puras que al aire se entregaban,
formas que en mar y cielo se encontraban,
símbolo eterno que jamás huís.
Compañeras del alma en soledades,
sois báculo y consuelo en la tormenta,
flexibles en la furia del destino.
Naturaleza o Dios dio claridades,
templanza que a los hombres alimenta,
y un gesto vertical que apunta al sino.

II. Las suripantas
Mas no sois solo espíritu en el cielo:
místicas, sí, mas carne que se ondula,
palmeras que la brisa disimula,
y el aire es danza, ritmo sin recelo.
Suripantas del vientre, con su velo,
mezcláis lo sacro y lo sensual que ulula,
dando al espacio un arte que vincula
lo profano y lo santo en paralelo.
Así vivís, palmeras, en contraste:
con gracia os vence el huracán violento,
pero en la calma sois candor y baile.
Entre lo santo y lo mundano os baste
ser del espíritu y del cuerpo aliento,
cruz de la vida que jamás se anule.
Versa de versos IV
Miguel Zapata Ros, 2025
(Próximamente se publicará)

Nota interpretativa.-
El díptico poético compuesto por La cruz de Mondrian y Las suripantas utiliza la palmera junto al mar como un símbolo que integra lo espiritual y lo sensual. En el primer soneto, la palmera se eleva verticalmente frente a la horizontal del horizonte, formando una “cruz conceptual” que evoca la obra de Piet Mondrian, quien mediante líneas horizontales y verticales y colores puros expresaba armonía universal y espiritualidad (Mondrian, 1917-1921). La palmera simboliza así resistencia, equilibrio y contemplación mística.
En el segundo soneto, la imagen se vuelve corporal y sensual: las palmeras se comparan con las suripantas, bailarinas turcas que bailan ondulan moviendo sensualmente la cadera, mostrando así movimiento, cadencia y un contraste entre lo sagrado y lo profano (Focillon, 1934). La acepción de la palabra suripanta es del autor. Originalmente se debe a Eusebio Blasco Soler [1] y en 1925 fue aceptada por la Academia. El autor, en su licencia, la identifica con bailarinas turcas de danza del vientre que usan sugestivos velos. De esta forma a las palmeras la brisa y el viento animan a la danza, articulando una experiencia estética que integra cuerpo y naturaleza.
El diálogo entre ambos textos se manifiesta en la tensión entre verticalidad geométrica y ondulación sensual, entre lo trascendente y lo terrenal, mostrando cómo un mismo motivo —la palmera junto al mar— puede expresar simultáneamente espiritualidad, flexibilidad y sensualidad.
El conjunto de La cruz de Mondrian y Las suripantas puede entenderse así como un díptico poético, en el que la palmera junto al mar funciona como eje simbólico común. El primer soneto se centra en la verticalidad, la geometría y la espiritualidad, mientras que el segundo despliega la ondulación, la sensualidad y el movimiento corporal. La tensión entre estos polos —místico y sensual, estable y dinámico, espiritual y carnal— permite al lector percibir la complejidad del símbolo y del paisaje poético, mostrando cómo un mismo motivo puede reflejar simultáneamente contemplación y vida, abstracción y corporeidad. De este modo, los dos textos se complementan, creando un diálogo entre lo eterno y lo temporal, lo sereno y lo voluptuoso, y consolidando la palmera junto al mar como un símbolo de totalidad estética y existencial.
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Referencias
Focillon, H. (1934). La vie des formes. Paris: Albin Michel. https://www.academia.edu/.../La_vida_de_las_formas...
Mondrian, P. (1917–1921). Compositions with Red, Blue, and Yellow. Various collections.

[1] A Eusebio Blasco Soler se debe el término “suripanta”, incorporado al diccionario de la Real Academia Española en 1925, con estas dos acepciones: mujer ruin, moralmente despreciable; y mujer que actuaba de corista o comparsa en el teatro. Nos referimos a la segunda.

En 1866 se estrenó en Madrid una opereta musical llamada “El joven Telémaco”, que inició en España el género bufo (en el que se mezclan la sátira, la parodia y la música), que tanto éxito estaba teniendo en París. El autor de aquella obra no fue otro que el zaragozano Eusebio Soler. En una de las escenas, un coro de señoritas ligeras de ropa, para escándalo de unos y disfrute de otros, cantaba una canción, supuestamente en griego antiguo (como el “Aserejé” de la época), con el estribillo:

Suri panta la suri panta,
macatruqui de somatén;
sun fáribun, sun fáriben,
maca trúpiten sangarinén
De ahí viene el término.


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