Poema a un amor en la sazón
I
La esencia
Ese es el amor que siento,
sin urgencia ni temor,
con su perfume de viento
y su pigmentado aliento
de experiencia y de color.
Llega a una edad cualquiera,
más veces en la senectud
brota con luz verdadera,
cuando el alma ya no espera
y halla en la paz plenitud.
Tu mirada dice todo
como jamás dijo otra.
No hay palabra, ni acomodo,
que el dolor lo quite todo
como tu voz que me nombra.
Tú me das ese equilibrio
que no supo dar el tiempo.
Eres bálsamo y delirio,
el secreto del exilio
que se vuelve luz y ejemplo.
Tu cuerpo, con arte amado,
despierta lo que dormía:
el deseo soterrado,
el ardor no superado,
la llama que no moría.
¿Quién negó lo sazonado?
¿Quién censuró su dulzor?
Lo que ha sido bien tratado
y en su punto madurado
tiene el sello del mejor.
II
El presente.
Este amor no es de promesas,
ni de fuegos por arder,
sino de dulces certezas
y de palabras traviesas
que se dicen sin querer.
Ya pasamos los sesenta
y el cuerpo guarda su historia,
mas la risa se presenta
da igual la piel macilenta,
en los ojos va la gloria.
Nos sabemos sin disfraces,
ni fingimos juventud;
nos amamos con los pases
de los días y sus fases,
con ternura y con salud.
A veces basta el silencio
para decir lo que importa,
y una mano sobre el lienzo
de la falda es un comienzo,
donde el tiempo no nos corta.
Nos reímos del pasado
y del paso de los años,
que no han sido malgastados
pues nos tienen abrazados
como escalas sus peldaños.
Tú me miras, y me entiendo,
como si al fin me encontraras.
No pregunto ni pretendo,
solo sé que voy bebiendo
de tu paz, viva y a las claras.
No hay urgencia ni apariencia
ni cadenas que romper,
pues la más honda presencia
es tenerte en la conciencia
y no tener que renacer.
III
La sensualidad
Tu cuerpo guarda secretos
como viña bien cuidada,
donde brotan los sonetos
que murmuran los discretos
frutos de la madrugada.
Tus formas son la promesa
de un deleite sosegado,
ni fugaz ni con pereza,
sino amor que se adereza
con lo hondo y lo entregado.
Tus senos, suaves colinas
que aún despiertan mi deseo,
como las aguas marinas
me ofrecen calmas divinas
y un temblor que absorto poseo.
Tus muslos, tu pecho, el cuello…
todo invita sin urgencia.
No hay alarde, y sin embargo,
hay en tu piel un destello
que enciende concuspicencia.
Mi boca va recorriendo
con respeto y devoción
un mapa lento y sabiendo
dónde arde, si pretendo,
la pasión con intención.
Nada se pierde en el juego
cuando el alma es lo que guía;
ni el aliento ni el sosiego,
todo danza en ese fuego
que madura y no se enfría.
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