Coplas del yacaré
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Poema con ironía para niños sobre la ternura y la palabra
Nota introductoria
El yacaré, tan presente en los esteros y los ríos del Paraguay, donde está el autor a la hora de escribir estos versos, no inspira en ellos ni temor ni curiosidad exótica, sino ternura.
Su nombre, de raíz guaraní, suena a verbo en futuro —amaré, querré, seré—, como si lo natural anunciara lo que el hombre aún espera de sí mismo: la quietud, la inocencia, la compañía sin exigencia.
Estas coplas nacen de esa contemplación: el deseo de convivir con lo salvaje sin dominarlo, de llevarlo al paseo de El Alamillo como un amigo más, y el remordimiento inevitable ante la fragilidad de su destino.
Es así. Obviamente las figuras que utilizo son exageradas e imposibles, llaman a extrañeza y tienden a provocar asombro. Eso es lo que deseo suscitar en pequeños, y alguna ocasional sonrisa en los grandes.
Coplas del yacaré
Callado está el yacaré,
ni triste ni vigilante,
se confunde entre la yerba,
verde sombra palpitante.
Tiene los ojos tan negros,
tan grandes y tan sinceros,
que parecen dos luceros
que se apagaron de sueños.
No se mueve, no respira,
no acecha ni se entristece;
simplemente está en el mundo,
como el agua que obedece.
Dicen que a veces llorando
su pena se vuelve canto,
y quien lo oye se conmueve
como si oyera un quebranto.
Yacaré —palabra hermosa—,
herencia de voz guaraní,
suena a amaré, querré, seré,
a un porvenir junto a ti.
No es “cocodrilo”, que asusta
con su “coco” amenazante;
yacaré es nombre de río,
de ternura resonante.
En la universidad grande
de Asunción, bajo los árboles,
viven casi en libertad,
entre estanques y ramajes.
Allí el sol dora sus lomos,
la brisa juega en sus dientes,
y algún estudiante pasa
como si fueran parientes.
Si pudiera, lo traería
a mi casa, con cariño,
para que en mis tardes largas
me hiciera dulce el camino.
Le pondría una correa
y un collar de luz marina,
y lo pasearía en la playa
cuando la arena respira.
Por El Alamillo iría,
entre el mar y los bancales,
sin castillos ni dragones,
solo el rumor de las aves.
La gente hablaría de mí,
como del loco del Puerto,
que lleva un yacaré manso
como quien lleva un recuerdo.
Lo mirarían los niños,
sus madres con desconfianza,
pero él, callado y tranquilo,
sería pura templanza.
Y un día, con mis nietitos,
y mis nietas más risueñas,
lo llevaría a que jugasen
con su paciencia risueña.
Mas temo que alguna broma
le hiciera daño o tristeza,
y prefiero imaginarlo
entre el verdor y la siesta.
Mas no podría tenerlo,
porque temo por su suerte;
aquí dicen que su carne
sabe a pescado, simplemente.
Que su piel da buenos guantes,
que da zapatos y abrigos…
Y a mí me duele pensarlo,
como si hablase de amigos.
Pobre yacaré del agua,
tan antiguo y tan pequeño,
que no pide ni se queja,
y guarda el mundo en su sueño.
Si lloraras, te abrazara;
si hablaras, te comprendería;
pero bastan tus silencios
para entender tu poesía.
Con cariño para todas mis amigas, también para los amigos con este talante, y sobre todo para las maestras de Educación Infantil, para que lo lean y lo conversen instruccionalmente con sus niños, sus nietos, hijos pequeños y grandes.
Nota interpretativa de Coplas del yacaré
El yacaré (del guaraní jakare), pariente americano del cocodrilo, habita los esteros, los cauces lentos y los márgenes húmedos del Paraguay y el norte argentino. En su entorno natural se confunde con la vegetación: su piel verdosa reproduce los tonos de la hojarasca y del agua quieta. No es un depredador feroz, sino un animal retraído, paciente, casi melancólico. Su forma, sin embargo, conserva algo de lo arcaico, un eco del mundo antiguo, de los grandes saurios, que sobrevive en silencio.
En el poema, esa naturaleza ambigua —entre lo temible y lo tierno, lo reptil y lo doméstico— adquiere una dimensión simbólica. El autor lo contempla sin miedo ni repugnancia; más bien con una ternura que transforma al animal en espejo de su propio estado interior. El yacaré no acecha ni se entristece, simplemente está: confundido con el mundo, con la misma discreción con que el poeta se confunde con su entorno humano.
De ahí que el poema juegue con una serie de antinomias —maldad/bondad, fealdad/belleza— que tienen un fuerte atractivo para los niños. Para ellos, lo monstruoso puede ser inocente, y lo feo puede ser digno de amor, afortunadamente. Los nietos y nietas que aparecen en las coplas finales encarnan esa mirada pura, anterior al prejuicio: son capaces de ver en el yacaré un compañero de juego, no un enemigo. En su curiosidad infantil reside la posibilidad de reconciliación con lo que los adultos han temido o destruido.
Pero bajo esa superficie amable late un estrato más profundo y doliente. El autor se imagina paseando al yacaré por El Alamillo, no como un gesto excéntrico, sino como un acto de sustitución afectiva.
No es que prefiera la soledad: la padece. Es una soledad obligada, nacida de la decepción, del desencuentro con los otros, del cansancio de la compañía humana. Frente a esa falta, el poeta busca consuelo en una presencia que no traiciona, en un ser que no habla, que no exige ni hiere.
El yacaré, entonces, deja de ser un simple animal exótico para convertirse en una metáfora de la necesidad de afecto y del aislamiento involuntario. Su serenidad inmóvil, su silencio casi vegetal, representan el espacio interior del poeta: un refugio donde el afecto aún es posible, aunque sea hacia una criatura terrible.
En última instancia, Coplas del yacaré no es sólo un canto a la naturaleza ni una evocación del mundo guaraní. Es también una meditación sobre la fragilidad de la ternura en el mundo moderno, sobre la imposibilidad de confiar en los semejantes y la paradójica dulzura de hallar compañía en lo que el resto teme.
El yacaré —temible y manso, antiguo y tierno— encarna ese consuelo mudo que el poeta no encuentra en los hombres.
Así, el poema convierte al reptil de los esteros en símbolo de una soledad no buscada, pero asumida con dignidad y afecto: la soledad de quien, aun herido por la vida, conserva intacta la capacidad de ternura.
Pero que nadie se preocupe, sólo son metáforas.
Versa de versos IV
Copyright
© 2025 Miguel Zapata Ros
All rights reserved.
ISBN 9798268496314
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