COPLILLAS DE LOS PELÍCANOS
Nota explicativa
Estas Coplillas de los pelícanos nacen de una experiencia que enlaza dos momentos muy distintos de la vida: la infancia escolar, donde escribir era entonces un acto artesanal, y el descubrimiento, ya adulto, en un viaje profesional a Perú, de una naturaleza que parece salida de los libros de aventuras.
En mi época escolar, de niño, escribir requería cierta ceremonia: se mojaba el palillero, con una pluma metálica en la punta, por lo general de marca Corona, en un tintero marca Pelikan, y se trazaban letras con paciencia y reverencia. El nombre de aquella tinta –y su emblema, un pelícano estilizado– fue durante mucho tiempo la forma más cercana, cotidiana y ¡la única! de convivir con ese ave, que existía en la imaginación, en ilustraciones y enciclopedias, nunca en la vida real.
Décadas después, una misión de cooperación y el deseo llevaron a un servidor a Paracas, en la costa sur del Perú, y allí, frente a las Islas Ballestas, vivió una experiencia de revelación. Bandadas de pelícanos reales, con su imponente vuelo, su bullicio áspero y su dignidad ancestral, rodeaban la embarcación como en un episodio marino de Melville o Stevenson. Quien suscribe, viajero, quizá cansado del mundo urbano, se sintió entonces como un Carvalho, el personaje de Mares del Sur de Vázquez Montalbán, que en sus prácticas culinarias hacía ceviches, en versión sudamericana, más entregado al asombro que al escepticismo.
Estas coplas no pretenden describir la zoología del pelícano, ni glosar la belleza del paisaje de Paracas, que lo es y sobradamente, sino dejar constancia del asombro ante la realidad cuando, por un instante, ésta supera cualquier metáfora. Allí donde la tinta fue símbolo de aprendizaje, el vuelo fue símbolo de revelación. Y en ese cruce entre lo vivido y lo leído, entre lo que se escribe y lo que se contempla, surge esta pequeña epifanía de palabras.
Mons Argentarius
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