COPLILLAS DE LOS PELÍCANOS































De niño, en pupitre y calma,
con palillero y afán,
dibujaba letra y alma
con tinta marca Pelikan.
El pelícano era entonces
nombre bello de tintero,
y en los libros, con sus bronces,
un extraño mensajero.
Siempre supe que existía,
con su bolsa y su perfil,
pero verlo, ¡quién diría!,
superó lo más sutil.
En Paracas, tierra y viento,
al Pacífico miré,
y me embargó un sentimiento
que jamás imaginé.
Sobre islas de roca y canto,
las Ballestas me envolvieron,
y en su vuelo y en su llanto
mil pelícanos cayeron.
Como en páginas saladas
de Melville o Stevenson,
las aves no eran soñadas,
ni inventado el chapuzón.
Un Carvalho sin recelo
me sentí, con otro olor:
no al café, sino al anhelo
de aventura y su rumor.
La pluma, que fue de tinta,
se tornó ave en libertad,
y en la espuma que se pinta
vi escribir la realidad.
EPÍLOGO A MODO DE CONCLUSIÓN
Qué misterio hay en los días
que nos tornan de cristal,
y lo que eran fantasías
se hace verdad del litoral.
No cambié pluma por remo,
ni tintero por timón,
pero ahora sé que el supremo
verso lo da el corazón.
Y que hay mares que despiertan
algo antiguo y verdadero,
como si las olas enhiestas
reescribieran lo primero.
Los pelícanos del aire
no cabían en mi piel…
Entendí que el viaje es aire
y al regreso, un papel.


Nota explicativa

Estas Coplillas de los pelícanos nacen de una experiencia que enlaza dos momentos muy distintos de la vida: la infancia escolar, donde escribir era entonces un acto artesanal, y el descubrimiento, ya adulto, en un viaje profesional a Perú, de una naturaleza que parece salida de los libros de aventuras.

En mi época escolar, de niño, escribir requería cierta ceremonia: se mojaba el palillero, con una pluma metálica en la punta, por lo general de marca Corona, en un tintero marca Pelikan, y se trazaban letras con paciencia y reverencia. El nombre de aquella tinta –y su emblema, un pelícano estilizado– fue durante mucho tiempo la forma más cercana, cotidiana y ¡la única! de convivir con ese ave, que existía en la imaginación, en ilustraciones y enciclopedias, nunca en la vida real.

Décadas después, una misión de cooperación y el deseo llevaron a un servidor a Paracas, en la costa sur del Perú, y allí, frente a las Islas Ballestas, vivió una experiencia de revelación. Bandadas de pelícanos reales, con su imponente vuelo, su bullicio áspero y su dignidad ancestral, rodeaban la embarcación como en un episodio marino de Melville o Stevenson. Quien suscribe, viajero, quizá cansado del mundo urbano, se sintió entonces como un Carvalho, el personaje de Mares del Sur de Vázquez Montalbán, que en sus prácticas culinarias hacía ceviches, en versión sudamericana, más entregado al asombro que al escepticismo.

Estas coplas no pretenden describir la zoología del pelícano, ni glosar la belleza del paisaje de Paracas, que lo es y sobradamente, sino dejar constancia del asombro ante la realidad cuando, por un instante, ésta supera cualquier metáfora. Allí donde la tinta fue símbolo de aprendizaje, el vuelo fue símbolo de revelación. Y en ese cruce entre lo vivido y lo leído, entre lo que se escribe y lo que se contempla, surge esta pequeña epifanía de palabras.


Versa de versos, tercera parte.
ISBN 979-8285030447

Mons Argentarius


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